Camino a Emaús
- Eduardo Alvarado
- 19 abr
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 20 abr
La tarde de aquel domingo, el día en que Jesús resucitó, dos hombres regresaban a su hogar en la aldea de Emaús. Conversaban, discutían, se amargaban por lo acontecido en esa Pascua. Caminaban con la cabeza cabizbaja, evitando el sol de la tarde y tratando de ocultar la pena que llevaban dentro.
Un desconocido se les une. Les consulta por su plática y por su tristeza. Ellos, extrañados de su ignorancia, le descubren expresivamente su desesperanza. El desconocido los enfrenta con una realidad que desconocían y a partir de ese punto todo comienza a cambiar.
Todo cambia cuando alguien se encuentra con el Cristo glorificado. Nadie que acude a Dios con una profunda necesidad en el corazón queda como antes. En el domingo de la resurrección, todos los que tuvieron un encuentro con Jesús vivieron un profundo cambio. Le ocurrió a las mujeres que fueron a la tumba, a Pedro que necesitaba del perdón de Cristo después de negarle y también a estos dos caminantes. También a ti y a mi, si acudimos a Jesús para encontrarnos con él.
Ellos testificaron que sus corazones ardían al escuchar las escrituras. Esa sensación maravillosa de gozo profundo, que proviene de escuchar con avidez la palabra de Dios, confortó los corazones rotos de los caminantes. Poco a poco la tristeza, la derrota y el abatimiento dieron lugar al gozo, la paz y la esperanza. Uno puede esperar grandes cosas al escuchar la palabra de Dios o al leerla con apetito.
Quedaron sorprendidos al reconocer a Jesús en un pequeño detalle. No se habían percatado que el desconocido acompañante del camino era Jesús mismo, hasta que sentados a la mesa, Él tomó el pan para bendecirlo. El sencillo acto del maestro fue suficiente para abrir sus ojos. Del mismo modo muchos detalles del diario vivir nos pueden mostrar la cercanía y la presencia de Jesús ¿Estás atento a esos detalles?
El gozo de ver a Cristo vivo excedió todos los límites. No importó que fuera de noche y que Jerusalén estuviera a 12 kilómetros. Lo vivido con Cristo no podía esperar más. Se levantaron de la mesa y emprendieron el camino de regreso para contarles a sus amigos que Jesús verdaderamente estaba vivo. Eso es lo que acontece cuando estamos experimentado con profundidad la vida de Cristo en nosotros. No hay cansancio ni pesadez. No importa el tiempo ni los sacrificios. Lo único que cuenta es Cristo y su reino.
¿Cómo vivirás este domingo de resurrección? ¿Con el abatimiento de estos dos amigos que caminaban al ocaso de sus vidas, frustrados y derrotados? Jesús tiene algo diferente para ti. Deja que él te acompañe, te hable al oído y te abra la Escrituras que abrirán tus ojos a la victoria que él ganó para nosotros. Deja que él se muestre en los pequeños detalles con los que a diario te está marcando su presencia y cuidado. Deja que él haga arder tu corazón y anule completamente cualquier sombra de derrota. ¡Jesús vive! ¡Deja que Él te de su vida!
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